jueves, 17 de enero de 2008

Polifonías y traducciones

entre los desafíos que tiene hoy la antropología se pueden destacar el dar cuenta de las formas globalizadas de la cultura que exigen ir más allá del estudio de contactos entre diferentes sociedades, así como entender la dinámica cada vez más compleja que relaciona ciencia y tecnología como soportes omnipresentes en cada una de las actividades cotidianas. La inexistencia de campos de estudio absolutamente autónomos y de teorías que organicen las nuevas diversidades -alentadas por las articulaciones a que dan lugar las nuevas tecnologías- alertan sobre los obstáculos que ofrecen aquellas intersecciones que dejan al descubierto ambigüedades que de no ser correctamente procesadas harán que todo el esfuerzo cognoscitivo quede reducido a una “reflexión sobre el discurso”.
Con Clifford Geertz, la antropología asumió el desafío de aceptar que son los discursos los que “hablan” sobre la realidad y clasifican a los actores sociales. Su reflexividad muestra que el investigador es un sujeto social que observa y es observado, conoce y es conocido en el campo, porque ese campo pasa a ser parte de la vida cotidiana tanto de los investigadores como de los informantes. A la vez, en los avatares del trabajo de campo se pueden ver los propios términos teóricos de la investigación si se piensa a éste como un proceso de “conocimiento reflexivo” de la realidad social objeto de la investigación. En cambio, Bruno Latour luego de advertir que es un esfuerzo inconducente intentar superar la dicotomía objeto-sujeto porque precisamente la misma está planteada para no ser superada, se pregunta, si nuestras representaciones “pueden captar con alguna certeza las características estables” del mundo exterior o si lo que el investigador se esfuerza por poner en evidencia pasa solamente por el lenguaje y sus representaciones.
Geertz admite que en el recorte de su objeto de estudio las interpretaciones de lo real operan como constructores de conocimiento y pueden ser tratadas en forma científica, y su preocupación por la escritura se convierte en un requisito indispensable para poblematizar las condiciones de producción y comunicación de su trabajo. Latour, embarcado en la búsqueda de nuevas maneras de producir -junto al trabajo teórico- otro tipo de etnografía, destaca que la ciencia se afirma como un “desarrollo social” que se fundamenta no tanto en el “descubrimiento” de hechos y leyes como en la aplicación de procedimientos y discursos preestablecidos, que importa desmitificar como primer paso hacia la construcción de un conocimiento revelador de sus mecanismos de consolidación y legitimación social.
La suspensión de las pretensiones de abarcar la totalidad de la sociedad examinada y prestar atención a los pliegues, fracturas, contradicciones y aspectos inexplicados, atendiendo las múltiples perspectivas sobre los hechos, abre una nueva perspectiva sobre el alcance de las investigaciones que pretenden dar cuenta de las problemáticas de las interacciones culturales. Aceptar metodológicamente -como postula Geertz- la recreación de la polifonía (o la “autoría dispersa”) que alimenta el carácter dialógico de la construcción de las interpretaciones implica un giro de importancia dentro de las ciencias sociales, a partir de la apertura a conceptos e instrumentos que -desde el análisis del discurso a la historia y los aportes filosóficos- se incorporan sin prejuicios al trabajo científico.
La observación sobre la correspondencia entre los enunciados y el mundo, entre los discursos y la realidad que supone la capacidad interpretativa de los resultados como naturaleza de los científicos y, por ejemplo, ubica al antropólogo como “escritor” es desplazada por Latour a la fabricación y circulación de los enunciados conceptualizados por las denominadas cadenas de traducción, lo que permite entender cómo los juegos del lenguaje se convierten en elementos constitutivos de lo que luego se reconocerá como “ciencia”. La noción de traducción está en el corazón de su dispositivo teórico: los actores (individuales y colectivos, humanos y no humanos) trabajan constantemente para traducir sus lenguajes, sus problemas, sus identidades o sus intereses en los de los otros. Es a través de este proceso convergente que el mundo se construye y se desconstruye, se estabiliza y se desestabiliza: mostrar este trabajo de “fabricación” de cadenas de traducción evidencia -para él- el carácter innecesario de mantener la tradicional oposición entre realismo y relativismo, ya que los enunciados no son válidos más que en las redes de traducción (relativismo) pero esas redes son completamente reales (realismo).

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