lunes, 14 de enero de 2008

El culto de lo amateur

Como en cada momento histórico en que se detectan quiebres y surgimientos fundamentales en el mapa de los medios, en los últimos años han coexistido múltiples discursos sobre la innovación tecnológica y sobre sus efectos sociales. Ellos dibujan sensibilidades diferentes, aún entre la intelectualidad crítica, ante el surgimiento de cada nuevo fenómeno ligado a la cada vez más creciente presencia de “lo digital” en la vida cotidiana, que involucran no sólo aproximaciones sociológicas y antropológicas sobre las nuevas pautas de socialización que van desplegándose sino también concepciones estéticas y filosóficas acerca de cómo las nuevas tecnologías operan en la subjetividad, desde la dimensión política hasta sus implicancias afectivas. En ese sentido, Pierre Lévy ha construido una teoría de la “inteligencia colectiva” cuya tesis central postula la existencia de un saber colectivo distribuido en el ciberespacio que puede potenciarse a través del uso de dispositivos tecnológicos. Capaz de autogestionarse o autogobernarse la “inteligencia colectiva” trasciende en tiempo y espacio a las inteligencias individuales que la conforman. Esta capacidad que tiene un grupo de personas (que puede llegar a ser multitudinario, como en el caso de wikipedia) de colaborar en la construcción cooperativa de conocimientos desarrolla un “ambiente” para reconocer y movilizar habilidades, competencias y experiencias de quienes se suman a estas prácticas. Tomada del software, aunque con antecedentes también en la semiótica de segunda generación (recordemos el concepto de “obra abierta” acuñado por Umberto Eco) la idea de “conocimiento abierto” promovida por Lévy está lejos de convocar adhesiones unánimes. En tal sentido, en 2007 se publicó The cult of de amateur. En este texto Andrew Keen la emprende contra bloggers y otros entusiastas de la “escritura participativa” en un tono que recuerda al Adorno que denunciara el “declive cultural” proveniente de la cultura de masas. Impregnados de elitismo sus argumentos reciclan una polémica que ya ha tenido varios capítulos durante la segunda mitad del siglo xx. Centralizándose en la Web 2.0, Keen advierte que el “caos” reinante termina por ocultar información útil y va a terminar perpetuando un “ciclo de desinformación” al aplanarse las diferencias de la jerarquización entre los juicios rigurosos y fundamentados, y las “opiniones estridentes” de quienes aprovechan sus “capacidades digitales crecientes” para divulgar prejuicios o “ideas inconvenientes”. Un sistema de publicación “fácil y eficiente” promueve la participación “sin intermediarios” (sin editores, por ejemplo), pero eso no convierte a los internautas en periodistas, señala Keen, quien publica su propio blog sobre medios, cultura y tecnología. Al resaltar el “culto de lo amateur” que campea en la web, el autor postula que se forman subculturas “entre pares” que obturan la circulación de ideas entre ámbitos diferentes. Los trayectos culturales se reducen así a “parodias de deliberación” en foros en que campea el pensamiento único y las ansias de comunicación se disuelven (o sacian) en la dinámica del par “voyeurismo-exhibicionismo”. Más allá de algunas agrias constataciones, faltan en Keen algunos matices para admitir el hecho de que tecnologías más accesibles permiten abrir espacios de comunicación hasta ahora monopolizados por grandes grupos corporativos, sin que esto implique creer -por supuesto- que todo adolescente que sube un video a You Tube es un cineasta en ciernes o que el vecino que capturó con su celular una imagen inquietante se convierte por ello en fotoperiodista. Que los espacios de producción de información y de conocimientos se reproduzcan de manera casi ilimitada no equivale a proceso de democratización alguno. Una cultura de fuentes (cada vez) más difusas y un volumen de datos en crecimiento exponencial rankeados por popularidad, abre un mundo donde noticias y entretenimiento, expertos y neófitos buscan sus audiencias (o su interactividad) con la promesa de una accesibilidad total que resulta -por ahora- sólo teórica. Conceptualmente la Web 2.0 es una fase del expansivo proceso evolutivo de Internet cuya principal limitación parece ser, al día de hoy, la lentitud para establecer mecanismos de “control de calidad” que refine la lógica de enlaces. Y probablemente es mejor que así sea: los efectos de sentido producto de las relaciones sociales mediatizadas son difíciles de prever, por más “intuitivo” que pueda volverse un software.

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