De todos los temas abarcados en los ensayos reunidos en la primera traducción al castellano de la crítica cultural y periodista alemana Mercedes Bunz, las reflexiones sobre la tecnología digital ocupan el lugar central. Siguiendo la ruta de Walter Benjamin se pregunta sobre la articulación entre técnica, arte y economía, e identifica en el movimiento de desplazamiento de la reproducción a la copia una instancia fundacional de la “economía digital”. La oposición entre original y copia es reemplazada por la duplicación. Con la copia digital -señala Bunz- se altera la acumulación porque transporte y duplicación se superponen: los “datos” se transportan y, a la vez, se convierten en “dos originales”. Esta lógica de la repetición encontró en el campo musical el principal espacio para su expansión, descentrada e incontenible, a partir de la convergencia de la industria del software (con el desarrollo de los programas P2P), Internet y las particularidades del consumo de este tipo de bienes culturales. La autora destaca que la discusión sobre la puesta en red de la música “ha activado discursos económicos, artísticos y jurídicos, encastrados entre sí, que buscan regular la unión entre música y digitalización”.
Si la “copia clásica” en tanto reproducción estaba orientada siempre hacia un punto de partida, el original, que luego sería reproducido en serie, con la “copia idéntica” se modifica “la calidad” de las relaciones y elimina -a través del almacenamiento matemático presente en el proceso de copia- el “principio de diferenciación”. Así como la copia digital desordenó el sistema de referencias, naturalmente también trajo aparejadas consecuencias sobre el modelo de negocios de la industria cultural: almacenar digitalmente música significa, a la vez, volverla potencialmente multiplicable y copiable. La “efectividad” de la copia digital abre las puertas a una nueva utopía tecnológica parece decirnos Bunz, porque en un mundo dominado por lo digital, la copia se transforma en un “principio creativo”. Y sus palabras recuerdan las del teórico ruso Lev Manovich al afirmar que “nunca se empieza a trabajar con un documento vacío en un Photoshop”. Esa misma fluidez es la que vuelve a hacer surgir la pregunta por la propiedad intelectual y la vigencia de la noción de autor, ya que el uso o el consumo de lo producido se lleva delante independientemente de la apropiación de un soporte material. La creatividad del artista se corre de la lógica del original; ¿implica esto el comienzo de un “mundo sin copyright”?
La pregunta por el papel de la técnica que atraviesa transversalmente el texto lleva a la autora a recorrer las diferentes articulaciones entre hombre y máquina a lo largo de la historia hasta llegar a high tech, y llamar la atención por la continuidad del concepto de la técnica como “extensión” del ser humano. Bunz prefiere reemplazar la división sujeto-objeto por una “teoría de los híbridos”, seres mixtos con componentes humanos y no humanos, tal como destacara Bruno Latour. La “capacidad de acción” de la técnica y su “inseparabilidad” del sujeto disolvió las fronteras entre ambos, pero la autora marca una diferencia con el concepto de cyborg de Donna Haraway, esa interdependencia entre “cuasi objetos” y “cuasi sujetos” que sostiene que nos hemos vuelto parte de una técnica que adopta el papel del sujeto humano. Bunz sugiere que la frontera entre técnica y sujeto está en permanente renegociación en torno a cruces donde la tecnología en tanto “otro” del hombre se constituye en algo distinto del sujeto, coexistencia presente en toda interfaz y que -resalta- “no en vano reaparece en el discurso una y otra vez”, ya se hable de robots, de software o de vida artificial.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario