lunes, 28 de enero de 2008

La utopía de la copia

De todos los temas abarcados en los ensayos reunidos en la primera traducción al castellano de la crítica cultural y periodista alemana Mercedes Bunz, las reflexiones sobre la tecnología digital ocupan el lugar central. Siguiendo la ruta de Walter Benjamin se pregunta sobre la articulación entre técnica, arte y economía, e identifica en el movimiento de desplazamiento de la reproducción a la copia una instancia fundacional de la “economía digital”. La oposición entre original y copia es reemplazada por la duplicación. Con la copia digital -señala Bunz- se altera la acumulación porque transporte y duplicación se superponen: los “datos” se transportan y, a la vez, se convierten en “dos originales”. Esta lógica de la repetición encontró en el campo musical el principal espacio para su expansión, descentrada e incontenible, a partir de la convergencia de la industria del software (con el desarrollo de los programas P2P), Internet y las particularidades del consumo de este tipo de bienes culturales. La autora destaca que la discusión sobre la puesta en red de la música “ha activado discursos económicos, artísticos y jurídicos, encastrados entre sí, que buscan regular la unión entre música y digitalización”.
Si la “copia clásica” en tanto reproducción estaba orientada siempre hacia un punto de partida, el original, que luego sería reproducido en serie, con la “copia idéntica” se modifica “la calidad” de las relaciones y elimina -a través del almacenamiento matemático presente en el proceso de copia- el “principio de diferenciación”. Así como la copia digital desordenó el sistema de referencias, naturalmente también trajo aparejadas consecuencias sobre el modelo de negocios de la industria cultural: almacenar digitalmente música significa, a la vez, volverla potencialmente multiplicable y copiable. La “efectividad” de la copia digital abre las puertas a una nueva utopía tecnológica parece decirnos Bunz, porque en un mundo dominado por lo digital, la copia se transforma en un “principio creativo”. Y sus palabras recuerdan las del teórico ruso Lev Manovich al afirmar que “nunca se empieza a trabajar con un documento vacío en un Photoshop”. Esa misma fluidez es la que vuelve a hacer surgir la pregunta por la propiedad intelectual y la vigencia de la noción de autor, ya que el uso o el consumo de lo producido se lleva delante independientemente de la apropiación de un soporte material. La creatividad del artista se corre de la lógica del original; ¿implica esto el comienzo de un “mundo sin copyright”?
La pregunta por el papel de la técnica que atraviesa transversalmente el texto lleva a la autora a recorrer las diferentes articulaciones entre hombre y máquina a lo largo de la historia hasta llegar a high tech, y llamar la atención por la continuidad del concepto de la técnica como “extensión” del ser humano. Bunz prefiere reemplazar la división sujeto-objeto por una “teoría de los híbridos”, seres mixtos con componentes humanos y no humanos, tal como destacara Bruno Latour. La “capacidad de acción” de la técnica y su “inseparabilidad” del sujeto disolvió las fronteras entre ambos, pero la autora marca una diferencia con el concepto de cyborg de Donna Haraway, esa interdependencia entre “cuasi objetos” y “cuasi sujetos” que sostiene que nos hemos vuelto parte de una técnica que adopta el papel del sujeto humano. Bunz sugiere que la frontera entre técnica y sujeto está en permanente renegociación en torno a cruces donde la tecnología en tanto “otro” del hombre se constituye en algo distinto del sujeto, coexistencia presente en toda interfaz y que -resalta- “no en vano reaparece en el discurso una y otra vez”, ya se hable de robots, de software o de vida artificial.

lunes, 21 de enero de 2008

El video como formato inconcluso

Si bien ya se consideran completamente borradas las fronteras entre las artes plásticas y el mundo digital, y se han ampliado los dominios y manifestaciones en las que el video gana protagonismo, la propia naturaleza de la obra como “objeto” se hace difícil de clasificar cuando se piensa en términos de mercado, ese gran ordenador de las prácticas culturales cuya lógica puede ser obturada y cuestionada en instancias puntuales pero no desarticulada íntegramente. Así, la apropiación que el video hace del reservorio cultural de la sociedad de consumo, a través de un voraz procesamiento de lenguajes provenientes del arte pop, el comic, la música disco, la estética publicitaria, la moda y aún las "ciencias duras", realza el relativismo desde el que las subjetividades post-modernas ponen en escena su desencanto con el mundo que les toca en suerte. El vanguardismo de los pioneros que coquetearon con tendencias neodadaístas y radicalizadas impregnó de espíritu libertario a los usos de una tecnología que se adivinaba como particularmente estimulante, y sentó las bases de lo que dos décadas después sería definido como una “estética del video”, expresión generalizada y un tanto vaga que comprende desde una nueva sensibilidad por la imagen hasta cambios abruptos en los “tiempos de percepción”. Las sobreimpresiones, los defasajes de sonido e imagen, los ritmos epilépticos de montaje y los cambios en las formas narrativas no tardaron en introducirse en los códigos establecidos de los medios audiovisuales tradicionales, como si la aceptación final de lo que se proponía desde la tecnología video estuviera supeditada a una previa digestión por parte del mainstream que garantizara un “umbral de comprensión” adecuado a lo exigido por el mercado. La historia de todos los medios de comunicación es, en verdad, la historia de sus intentos de legitimación; es decir, la búsqueda para ganar entidad desde una especificidad que le permitiera a cada medio la construcción de un espacio de expresión socialmente desempeñado y epistemológicamente reconocido, dado que en el cruce de ambas instancias se jugaban las supervivencias de cada uno. La velocidad de los cambios tecnológicos afectó desde el primer momento al video corriendo permanentemente la línea hasta donde se podía “contar su historia”. Tanta vertiginosidad potenció desde el primer momento las dudas sobre la “perdurabilidad de la obra”, preocupación artística por excelencia que diera lugar a otra de las grandes paradojas del formato: que fuera en el circuito de los museos -espacio legitimante del arte clásico poco proclive a la aceleración de la técnica- donde tuviera lugar la inédita intersección entre arte y tecnología. Esto dio lugar a la figura del “artista multidisciplinar” que se vale indistintamente de la pintura, la música y el registro digital, para ofrecer como obra en devenir performances o instalaciones que proponen una intervención diferente en el espacio de exhibición abriendo el juego al surgimiento de nuevas sensibilidades. El acercamiento a un nuevo “imaginario electrónico” fue teniendo lugar en los espacios más disímiles: estudios de televisión, bienales, festivales, salas underground, constituyendo una trama de tensiones y vínculos que alimentó una evolución caótica y, a la vez, promisoria. La sensación de que la imagen tomaba para sí un poder de transformación desconocido hasta entonces permitió pensar en imágenes-acontecimiento e imágenes-acciones. La inclusión -o podríamos decir irrupción- del texto, a partir de la invención del “generador de caracteres”, abrió nuevas relaciones significantes y amplió el campo de intervención del autor sobre el material que registraba. No es que hasta entonces se trabajara con una concepción impoluta de la imagen. Siempre hubo manipulación y la expresión artística se hace cargo explícitamente de la voluntad de intervención para moldear la imagen en movimiento. Pero, como señala Julio Plaza, “la electrónica permite la inclusión y el diálogo con todos los procedimientos de elaboración de imágenes de la historia, así como con sus sistemas de representación. Las nuevas escenas de lo imaginario que se anuncia, no excluyen ni anulan el viejo régimen de visibilidad y materialidad y sus prácticas: más bien los transponen en un nuevo registro de significación y de placer ligados a inéditas materialidades”. Con su capacidad de avasallar fronteras el video colabora en hacer visible la crisis de los sistemas de representación audiovisual, y mezclando estilos y épocas contrapuestas se resiste a los encasillamientos. De este modo, se ubica en el cruce de lógicas narrativas diferentes provenientes de lugares disímiles, pero unificadas por el interés común de dotar de nuevos significados a una tecnología que desde el primer momento demostró que podía hacer de la interacción texto-imagen-sonido una hibridación que en sí misma definiera una combinación inédita por la relación que era capaz de establecer con la construcción de la realidad y la temporalidad del mundo que la rodea.

jueves, 17 de enero de 2008

Polifonías y traducciones

entre los desafíos que tiene hoy la antropología se pueden destacar el dar cuenta de las formas globalizadas de la cultura que exigen ir más allá del estudio de contactos entre diferentes sociedades, así como entender la dinámica cada vez más compleja que relaciona ciencia y tecnología como soportes omnipresentes en cada una de las actividades cotidianas. La inexistencia de campos de estudio absolutamente autónomos y de teorías que organicen las nuevas diversidades -alentadas por las articulaciones a que dan lugar las nuevas tecnologías- alertan sobre los obstáculos que ofrecen aquellas intersecciones que dejan al descubierto ambigüedades que de no ser correctamente procesadas harán que todo el esfuerzo cognoscitivo quede reducido a una “reflexión sobre el discurso”.
Con Clifford Geertz, la antropología asumió el desafío de aceptar que son los discursos los que “hablan” sobre la realidad y clasifican a los actores sociales. Su reflexividad muestra que el investigador es un sujeto social que observa y es observado, conoce y es conocido en el campo, porque ese campo pasa a ser parte de la vida cotidiana tanto de los investigadores como de los informantes. A la vez, en los avatares del trabajo de campo se pueden ver los propios términos teóricos de la investigación si se piensa a éste como un proceso de “conocimiento reflexivo” de la realidad social objeto de la investigación. En cambio, Bruno Latour luego de advertir que es un esfuerzo inconducente intentar superar la dicotomía objeto-sujeto porque precisamente la misma está planteada para no ser superada, se pregunta, si nuestras representaciones “pueden captar con alguna certeza las características estables” del mundo exterior o si lo que el investigador se esfuerza por poner en evidencia pasa solamente por el lenguaje y sus representaciones.
Geertz admite que en el recorte de su objeto de estudio las interpretaciones de lo real operan como constructores de conocimiento y pueden ser tratadas en forma científica, y su preocupación por la escritura se convierte en un requisito indispensable para poblematizar las condiciones de producción y comunicación de su trabajo. Latour, embarcado en la búsqueda de nuevas maneras de producir -junto al trabajo teórico- otro tipo de etnografía, destaca que la ciencia se afirma como un “desarrollo social” que se fundamenta no tanto en el “descubrimiento” de hechos y leyes como en la aplicación de procedimientos y discursos preestablecidos, que importa desmitificar como primer paso hacia la construcción de un conocimiento revelador de sus mecanismos de consolidación y legitimación social.
La suspensión de las pretensiones de abarcar la totalidad de la sociedad examinada y prestar atención a los pliegues, fracturas, contradicciones y aspectos inexplicados, atendiendo las múltiples perspectivas sobre los hechos, abre una nueva perspectiva sobre el alcance de las investigaciones que pretenden dar cuenta de las problemáticas de las interacciones culturales. Aceptar metodológicamente -como postula Geertz- la recreación de la polifonía (o la “autoría dispersa”) que alimenta el carácter dialógico de la construcción de las interpretaciones implica un giro de importancia dentro de las ciencias sociales, a partir de la apertura a conceptos e instrumentos que -desde el análisis del discurso a la historia y los aportes filosóficos- se incorporan sin prejuicios al trabajo científico.
La observación sobre la correspondencia entre los enunciados y el mundo, entre los discursos y la realidad que supone la capacidad interpretativa de los resultados como naturaleza de los científicos y, por ejemplo, ubica al antropólogo como “escritor” es desplazada por Latour a la fabricación y circulación de los enunciados conceptualizados por las denominadas cadenas de traducción, lo que permite entender cómo los juegos del lenguaje se convierten en elementos constitutivos de lo que luego se reconocerá como “ciencia”. La noción de traducción está en el corazón de su dispositivo teórico: los actores (individuales y colectivos, humanos y no humanos) trabajan constantemente para traducir sus lenguajes, sus problemas, sus identidades o sus intereses en los de los otros. Es a través de este proceso convergente que el mundo se construye y se desconstruye, se estabiliza y se desestabiliza: mostrar este trabajo de “fabricación” de cadenas de traducción evidencia -para él- el carácter innecesario de mantener la tradicional oposición entre realismo y relativismo, ya que los enunciados no son válidos más que en las redes de traducción (relativismo) pero esas redes son completamente reales (realismo).

lunes, 14 de enero de 2008

El culto de lo amateur

Como en cada momento histórico en que se detectan quiebres y surgimientos fundamentales en el mapa de los medios, en los últimos años han coexistido múltiples discursos sobre la innovación tecnológica y sobre sus efectos sociales. Ellos dibujan sensibilidades diferentes, aún entre la intelectualidad crítica, ante el surgimiento de cada nuevo fenómeno ligado a la cada vez más creciente presencia de “lo digital” en la vida cotidiana, que involucran no sólo aproximaciones sociológicas y antropológicas sobre las nuevas pautas de socialización que van desplegándose sino también concepciones estéticas y filosóficas acerca de cómo las nuevas tecnologías operan en la subjetividad, desde la dimensión política hasta sus implicancias afectivas. En ese sentido, Pierre Lévy ha construido una teoría de la “inteligencia colectiva” cuya tesis central postula la existencia de un saber colectivo distribuido en el ciberespacio que puede potenciarse a través del uso de dispositivos tecnológicos. Capaz de autogestionarse o autogobernarse la “inteligencia colectiva” trasciende en tiempo y espacio a las inteligencias individuales que la conforman. Esta capacidad que tiene un grupo de personas (que puede llegar a ser multitudinario, como en el caso de wikipedia) de colaborar en la construcción cooperativa de conocimientos desarrolla un “ambiente” para reconocer y movilizar habilidades, competencias y experiencias de quienes se suman a estas prácticas. Tomada del software, aunque con antecedentes también en la semiótica de segunda generación (recordemos el concepto de “obra abierta” acuñado por Umberto Eco) la idea de “conocimiento abierto” promovida por Lévy está lejos de convocar adhesiones unánimes. En tal sentido, en 2007 se publicó The cult of de amateur. En este texto Andrew Keen la emprende contra bloggers y otros entusiastas de la “escritura participativa” en un tono que recuerda al Adorno que denunciara el “declive cultural” proveniente de la cultura de masas. Impregnados de elitismo sus argumentos reciclan una polémica que ya ha tenido varios capítulos durante la segunda mitad del siglo xx. Centralizándose en la Web 2.0, Keen advierte que el “caos” reinante termina por ocultar información útil y va a terminar perpetuando un “ciclo de desinformación” al aplanarse las diferencias de la jerarquización entre los juicios rigurosos y fundamentados, y las “opiniones estridentes” de quienes aprovechan sus “capacidades digitales crecientes” para divulgar prejuicios o “ideas inconvenientes”. Un sistema de publicación “fácil y eficiente” promueve la participación “sin intermediarios” (sin editores, por ejemplo), pero eso no convierte a los internautas en periodistas, señala Keen, quien publica su propio blog sobre medios, cultura y tecnología. Al resaltar el “culto de lo amateur” que campea en la web, el autor postula que se forman subculturas “entre pares” que obturan la circulación de ideas entre ámbitos diferentes. Los trayectos culturales se reducen así a “parodias de deliberación” en foros en que campea el pensamiento único y las ansias de comunicación se disuelven (o sacian) en la dinámica del par “voyeurismo-exhibicionismo”. Más allá de algunas agrias constataciones, faltan en Keen algunos matices para admitir el hecho de que tecnologías más accesibles permiten abrir espacios de comunicación hasta ahora monopolizados por grandes grupos corporativos, sin que esto implique creer -por supuesto- que todo adolescente que sube un video a You Tube es un cineasta en ciernes o que el vecino que capturó con su celular una imagen inquietante se convierte por ello en fotoperiodista. Que los espacios de producción de información y de conocimientos se reproduzcan de manera casi ilimitada no equivale a proceso de democratización alguno. Una cultura de fuentes (cada vez) más difusas y un volumen de datos en crecimiento exponencial rankeados por popularidad, abre un mundo donde noticias y entretenimiento, expertos y neófitos buscan sus audiencias (o su interactividad) con la promesa de una accesibilidad total que resulta -por ahora- sólo teórica. Conceptualmente la Web 2.0 es una fase del expansivo proceso evolutivo de Internet cuya principal limitación parece ser, al día de hoy, la lentitud para establecer mecanismos de “control de calidad” que refine la lógica de enlaces. Y probablemente es mejor que así sea: los efectos de sentido producto de las relaciones sociales mediatizadas son difíciles de prever, por más “intuitivo” que pueda volverse un software.

jueves, 10 de enero de 2008

Tecnología y escritura

Tanto Walter Ong como Roger Chartier se ocuparon ampliamente de señalar la vinculación entre el ejercicio de la escritura y dispositivos tecnológicos. La escritura manuscrita, en un primer momento, y la imprenta, la radio, la televisión, la computadora son también formas de "tecnologizar" la palabra. Cada una de ellas supone nuevas maneras de relacionarnos con los otros, con los saberes y con nosotros mismos. Incluso generan una nueva oralidad –que Ong denomina “oralidad secundaria”– diferente de aquélla propia de las sociedades que no conocen la escritura. Para Chartier "la experiencia escrita" no sólo implica la comprensión de las significaciones diversas conferidas a un texto, o un conjunto de textos, sino que requiere enfrentar el "repertorio con sus motivos" e identificar los principios que gobiernan su producción, así como descubrir las estructuras de los objetos escritos (o de las técnicas orales) que aseguran su transmisión. El lector y las expectativas de lectura no permanecen indeferentes a esta situación. En vista de la alta consideración que ha adquirido la tecnología, no sólo como propósito y objeto de expresión cultural sino también como prerrequisito y contexto de aplicaciones en la práctica cultural, este marco de referencia aparece para ser particularmente indicado como punto central alrededor del cual agrupar el análisis y la descripción de los procesos mediáticos. No ocurre que los artefactos y los sistemas técnicos fueron inventados primero, luego “usurparon” su lugar a la cultura y en un paso posterior “ejercieron” su influencia sobre los sujetos. O a la inversa: la tecnología no es un derrame accidental de determinantes culturales, que por su parte condicionan la existencia y percepción de los sujetos de modo unidimensional. Entre los términos de referencia, como se ha ocupado de desentrañar Raymond Williams, hay una relación recíproca constante, centrada en la materialidad de los medios en la relación triádica de tecnología-cultura-sujeto, que está influenciada por factores individuales en diferentes constelaciones históricas de mayor o menor magnitud. ¿Cómo involucra a la tecnología la pregunta acerca de los nuevos decires que ellas propician si es que los sujetos no son “externos” a la técnica -y a sus dispositivos narrativos-, sino que la asumen entendiendo al mundo con ellas y participando de sus construcciones? ¿Qué concepciones de lo comunicacional están en juego para estabilizar las relaciones entre técnica y lenguaje? El tema adquiere mayor relevancia dada la multilplicación de instancias (SMS, chats, blogs) en las que se materializa una suerte de "sintaxis de la urgencia", donde se ejerce el dispositivo tecnológico "presiona" de manera tangible (con una temporalidad más o menos apremiante) sobre el proceso de escritura. Doble potencialidad de la digitalización de los textos: por una lado, la semiosis infinita de la rica narrativa hipertextual; por el otro, una escritura "de reacción" (¿más espontánea?), que exprime la funcionalidad de cada letra y no dispone del tiempo suficienta para calibrar los efectos de sentido de lo escrito.

martes, 8 de enero de 2008

Pantallas Móviles

Una comunidad móvil, potenciada por dispositivos que constituyen un mecanismo de contacto permanente y una plataforma de acceso y producción de datos con el mínimo esfuerzo, se pregunta incontables veces al día por una circunstancia básicamente basada en las condiciones de proximidad. Desde el año 2002, en que por primera vez la telefonía móvil superó a la fija en cantidad de líneas activadas a escala global, la tendencia a la desaparición de esta última se reveló irreversible. Si el móvil fue pensado originalmente para el consumo empresarial y profesional, la evolución del mercado derivó hacia el mundo laboral y hacia la comunicación interpersonal. Luego, adolescentes y adultos jóvenes fueron y siguen siendo los motores de su crecimiento. Si bien la movilidad contribuye a administrar datos en distintos espacios geográficos a un costo cada vez más bajo, un escenario sin roaming, ni llamadas internacionales, ni abusos de mercados monopólicos o duopólicos y con la competencia de la telefonía sobre plataforma web (VoIP - voice over IP) para disminuir drásticamente el precio de las llamadas tradicionales, aún tiene que atravesar instancias de maduración en los mercados emergentes. La “cultura de la movilidad”, consolidada en las laptops vía wi fi con eje en los usos lúdicos, adquiere mayor sentido de hibridación en los móviles aunque aún debe superar restricciones relacionados con los estándares, dado que las interfaces gráficas varían según el operador telefónico y no todos los móviles soportan el mismo software.
¿Cómo la movilidad puede agregar valor a los contenidos? ¿Los usuarios querrán entretenerse con materiales multimedia cortos y divertidos en todas esas situaciones aburridas en que están en movimiento y fuera de su hogar o trabajo? ¿Querrán ver esas imágenes por las cuales “no pueden esperar” llegar a casa y hasta estarían dispuestos a pagar por ellas (por ejemplo, los goles de un partido de fútbol apenas convertidos)? Puede que la clave no esté tanto en brindar contenidos de gran relevancia o en reciclar los que se ofrecen en los medios masivos, sino en la generación de plataformas de conectividad, visibilidad del usuario y participación pensada para el ocio móvil o para la vida profesional. La generación de modos de vida desterritorializados y formas de ver y de organizar la cotidianidad con la adopción de una espacialidad sin barreras obedece al imperativo de la conexión permanente. El “estar conectado” en todo momento y en todo lugar tiene el peso de una exigencia que se ha naturalizado y con la que se consigue una múltiple integración. El trabajo, las relaciones sociales, el ocio y el entretenimiento, y la educación se integran mutuamente y, finalmente, uno se integra al mundo. No obstante, es importante no priorizar sólo factores geográficos o urbanísticos sino también entender el espacio de forma transdisciplinaria. El espacio sería el conjunto indisociable, dinámico, donde se reúnen la materialidad y la acción humanas, que refleja, construye y regula las relaciones sociales, que ha dejado de ser objeto exclusivo del estudio de geógrafos y arquitectos, pasando a ser privilegiado por las ciencias sociales. Un claro ejemplo de ello lo constituyen los textos de Howard Rheingold, donde las estimaciones sobre el poder de las nuevas tecnologías para la activación de “redes sociales” descansan sobre infraestructuras técnicas de comunicaciones basadas en ondas y chips. Un gran número de supuestos sobre las “mediaciones tecnológicas”, tanto en el campo filosófico-estético como en el socio-antropológico comienzan a ser revisadas para buscar conceptos operativos que permitan reconocer algunos de los códigos que legislan “las articulaciones entre prácticas de comunicación y movimientos sociales, a las diferentes temporalidades y la pluralidad de matrices culturales”.

El blog en cuestión

Cada vez con más frecuencia se escuchan (y se leen) en los medios tradicionales fuertes críticas sobre el universo blogger. Algunas de ellas, junto a los cuestionamientos acerca de la presunta vulgaridad de los contenidos predominantes, invalidan el medio como tal con diatribas que mucho se asemejan a los argumentos clásicos de los teóricos de la Escuela de Frankfurt. No parece oportuno reditar en los mismos términos las antiguas disputas entre "apocalípticos e integrados" ante la cultura de masas aggiornadas bajo el formato de "tecnofóbicos vs. tecnofílicos" frente al mundo digital. No obstante, el repiqueteo de sentencias del tipo "cualquiera tiene un blog" remiten al costado más aristocrático de las viejas impugnaciones y, sencillamente, ignoran tres décadas de análisis de los medios. Recientemente en Ñ Horacio González decretó que el blog "no tiene futuro" y sostuvo que la era del blog "ha disuelto la distancia entre el texto y quien lo escribe, y con ello, se ha desatado una disentería verbal que se confunde fácilmente con libertad". El autor postula que regresará el clasicismo, "con un necesario distanciamiento" y, con él, la autocrítica. A su vez, el escritor Marcelo Birmajer, en el mismo medio, glosa una serie de cuestionamientos sobre los blogs y los opone -previsiblemente- a los rigores de los "filtros" que median a la publicación de textos por parte de las editoriales tradicionales. En esos términos parece estar instalándose el tema; con escasez de apelaciones a datos empíricos que vayan más allá de las experiencias de lecturas personales y que permitan fundamentar tanta (prematura) desacalificación. En ese sentido, hace bastante más de un año comenzó a circular un trabajo realizado en España, La blogósfera Hispana, donde se incluyen reflexiones sobre las diferentes dimensiones que involucra este emergente sociotecnológico. No se eluden los desafíos que esta dinámica de relaciones sociales plantea al prácticas como el periodismo, la ficción, el marketing, entre otros. Está por verse cuán "irresistible" es la vocación de comunicación de lo blogueros más consuetudinarios y qué tan estables pueden ser los "códigos" del universo blog. Pero lo que ya resulta evidente es la necesidad de una aproximación menos prejuiciosa al mundo digital, que eluda las falsas antinomias con la "existencia" analógica, la que por tradicional no garantiza ofrecer en definitiva más credenciales de "realidad".