viernes, 29 de febrero de 2008

Videocontroles

Las nuevas tecnologías y métodos de vigilancia han transformado las relaciones sociales e interpersonales. El complejo dispositivo basado en cámaras inteligentes y ordenadores conectados en red, ha construido una auténtica “máquina de visión” que construye una "mirada ciega” en donde se automatiza la percepción y, como apunta Paul Virilio, se realiza una visión "de la máquina por la máquina" que deja de lado la participación humana en la tarea de vigilar en tiempo real. Esto da lugar a lo que Deleuze ha denominado “sociedad del control”, una configuración que se extiende incluso a los modos de abordar la actividad bélica. La guerra -de esta forma- tiene lugar en imágenes y sonidos; las primeras -como sustitución del sujeto- se ponen al servicio de la visión, ostentando una legitimidad tecnológica que requirió de la inestimable acción pedagógica de los medios a partir de la guerra del Golfo. La imagen sintética, digitalmente codificada, es una ilusión racionalizada. No obstante, domina prácticamente la credibilidad contemporánea y en ella, se deposita una fe "ciega" como sistema experto (infalible) soporte y sustituto de lo real. El imperio del tiempo real, a la vez, domina al régimen en términos de velocidad. Para hacerlo debe trastocar la conceptualización del tiempo tradicional (pasado, presente, futuro) a “dos tiempos”: tiempo real y tiempo retardado. El concepto del tiempo futuro desaparece y se diluye bajo el tiempo real como fuente de información llevada a su límite, como experiencia y como información, bajo la forma de una utopía que se propone duplicar la realidad para “verla en diferido” cuando sea necesario. Deleuze destaca que, en tanto montaje ostensible, la vigilancia ha dejado de ser una práctica discreta de tecnologías específicas. Esto trastoca también la idea de privacidad: vida pública, vida privada e intimidad son términos que se confunden y se pierden bajo estas circunstancias. La sociedad del control confunde lo público con lo privado (y viceversa), lo privado con lo íntimo, y finalmente lo íntimo con lo público. Las relaciones "cara a cara" desaparecen progresivamente y encuentran siempre una instancia de mediación tecnológica. El monitor y la cámara oculta se vuelven “objetos de confianza” y se inscriben en la larga lista de gadgets y dispositivos de intercambio incorpóreo que han proliferado en el mercado informático y operan como credenciales de identificación, a saber: firmas electrónicas, passwords, claves, objetos codificados de forma intangible, entre otras. No podemos escondernos ni evadir los códigos de seguridad que se nos exigen cada día. Tampoco eludir las cámaras que nos observan, las cámaras que observamos, y las que (eventualmente) nosotros mismos instalamos. El ojo, o mejor, sus sustitutos, las ubicuas cámaras, tienen la incidencia acusadora e intimidante de un arma. Con nuestro cuerpo (a través del iris y de las huellas electrónicamente escaneadas) convertido en “territorio de validación” vagamos como auténticas interfaces ambulantes a la espera que una sirena nos delate ante la primera transgresión al orden establecido.

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