lunes, 3 de marzo de 2008

El yo informatizado

Los textos públicos que operan sobre el yo han ido incorporando –progresivamente, durante la última década- a Internet como uno de los espacios en los que más claramente la tecnología “presiona” sobre las emociones de los actores sociales. En una trama de la que forman parte la industria farmacológica, la literatura de autoayuda, los talk shows, y ciertas corrientes terapéuticas en abierta competencia con el psicoanálisis, se despliega una profusa cantidad de dispositivos que caracterizan lo que la socióloga Eva Illouz ha denominado “capitalismo emocional”: una configuración cultural donde las emociones ganaron terreno y son evaluadas, negociadas y cuantificadas con los códigos y las prácticas del mercado. Las salas de chats, sitios exitosos como MySpace y el auge del universo blogger, con las particularidades de cada caso, resultan ejemplos de un imaginario que moviliza modalidades de exhibición del yo cuyo valor de uso y valor de cambio es puesto a la consideración pública en la web ante públicos anónimos que interactúan bajo claras consignas de clasificación, de las que el “perfil” que cada internauta puede elaborar de sí mismo es la instancia más difundida. Esta suerte de “ampliación del campo de batalla” -como diría Houellebecq- que expande los dominios del mercado a las transacciones emocionales, de la misma forma que ya lo había hecho a las narrativas terapéuticas, se corona en Internet con la fusión de dos lógicas culturales devenidas en formas de reclutamiento del yo: la de la psicología como “factor estabilizante” de las angustias post-modernas y la del consumismo en tanto instancia de integración y valoración social. Presionado, asediado, el yo apela a un lenguaje que se apoya en nociones como el “temperamento”, las “necesidades”, el “compromiso” o la responsabilidad, terminología que tiene su origen en el período romántico, pero que resitúa los lazos sociales en el marco de lo “útil” y lo “funcional”. El yo relacional se impone sobre el individual; la moral del mercado trasciende a la del individuo, y las ansiedades suscitadas por la exposición a la mirada ajena resulta convergente con la retórica de la creación de bio-identidades, donde las características externas del cuerpo se convierten en el referente fundamental. La vida en pantalla ata el lenguaje a los estados de ánimo, aún cuando el nuevo énfasis en la visualización que anima a los usuarios a subir las fotos de sus vacaciones o de su hábitat más privado estructura un bricolaje de micromundos prefabricados para ser exhibidos y evaluados. Sherry Turkle sostiene que la implicación informática de los sujetos post-modernos ha facilitado la emergencia de un nuevo sentido de la identidad, descentrado y múltiple. Asumir “personalidades” diferentes (y aun contradictorias) con el objetivo de seducir a extraños, construir metáforas para el bienestar psicológico, exteriorizar expectativas que antes quedaban restringidas a la oscuridad de los diarios íntimos, mirarnos en las pantallas de los otros para encontrarnos a nosotros mismos, es coherente con la idea post-moderna de que no percibimos tanto el mundo como lo interpretamos. Intimidad y proyección intercambian sus roles todo el tiempo: la vida “artificial” funda nuevas fronteras y ofrece nuevas esperanzas de comprensión, enfatizando la relación entre la persona y la máquina, donde ésta resulta una instancia de experimentación de un segundo yo que expresa la diversidad de las sensibilidades dominantes en los entornos virtuales.

No hay comentarios: