lunes, 25 de febrero de 2008

Sobre el interminable fin del libro

En estos últimos años, vimos multiplicarse los diagnósticos, atemorizados o entusiastas, sobre los alcances de las mutaciones que transforman profundamente las formas de transmisión de la cultura escrita. Hay quienes se preguntan si se debe pensarlas como el resultado de una innovación técnica comparable a la invención de la imprenta, mientras que otros se inclinan a relacionarlas con una “crisis” que sería, al mismo tiempo, la del libro, de la lectura y de la edición. En torno a la redefinición de las relaciones con la cultura escrita, caracterizada por la sustitución de los objetos impresos que fueron y son aún los nuestros (el libro, la revista, el diario) por el texto electrónico, Roger Chartier recuerda que el mundo occidental conoció una mutación semejante “entre el segundo y el cuarto siglo de la era cristiana, cuando una forma nueva del libro se impuso en detrimento de la que era familiar a los lectores griegos y romanos”. El códice, es decir, el libro compuesto de hojas plegadas, ensambladas y encuadernadas, suplantó, paulatina pero inexorablemente, el rollo de papiro. “La invención del códice, de la paginación y de los índices instituía una relación inédita entre el lector y el texto, al mismo tiempo que permitía gestos imposibles con el rollo de papiro, por ejemplo, escribir mientras se leía, hojear un libro o encontrar rápidamente un pasaje en particular”, señala el especialista francés.
Los cambios actuales son presentados habitualmente en los medios como de una radicalidad inédita, ya que se modifican a la vez la técnica de transmisión de los textos, el soporte de su lectura y sus posibles usos. Actualmente coexisten diferentes formas de transmisión de lo escrito y -con ello- modalidades específicas de la lectura que permite o impone el texto electrónico, las que no pueden ser pensadas como un simple desplazamiento de prácticas antiguas hacia nuevos soportes. En consecuencia, y a partir de la profusión de técnicas hipertextuales, las relaciones entre una argumentación, su objeto y los criterios de su validación, se encuentran transformadas, y la secuencialidad compite con otros modos de organización que presuponen un lector abierto más predispuesto a la aceptación de nuevas legitimidades: la “obra abierta” más abierta que nunca. No obstante, sigue siendo aún incierta la capacidad de esta nueva forma de transmisión de los textos para producir sus lectores. La larga historia de las tecnologías de la comunicación muestra que las mutaciones de las prácticas son siempre más lentas que las revoluciones de las técnicas. De la invención de la imprenta no se derivaron inmediata y directamente nuevas maneras de leer; por el contrario, la posibilidad de leer un texto en silencio, sin necesidad de hacerlo en voz alta, fue el resultado de una larga y trabajosa transformación de las instituciones. Es posible suponer, entonces, que los gestos inmediatos y que las categorías intelectuales que asociamos con el mundo de los textos perdurarán -con algunos ajustes- frente a las nuevas formas de lo escrito. Un ejemplo no menor de las dificultades para estabilizar conceptualmente algunas categorías lo muestran las nociones jurídicas de copyright y derechos de autor ante la nueva “materialidad” (o inmaterialidad) de los textos que titilan en diferentes pantallas. Es aún muy temprano para pronosticar que la “circulación electrónica” de estos textos puede construir un nuevo espacio público a partir del acceso al saber, del intercambio de las opiniones y del examen crítico de las ideas bajo un formato multimedia. El sueño borgeano de la biblioteca universal donde ningún libro faltara, donde todos los saberes del mundo estuvieran reunidos, requiere para su concreción que el texto llegue al lector, o bien que éste vaya hasta él. Pero, en el mundo digital, el texto ya no está ligado a un lugar propio, ni es llevado por un objeto particular: atraviesa los espacios y toma la forma que el lector le dé. El objetivo de Google de digitalizar todos los textos existentes, manuscritos o impresos, permite que el conjunto del patrimonio escrito universal se vuelva, no sólo técnica y económicamente posible, sino pensable (¿y accesible?) como utopía de la totalidad. hora bien, si en un futuro más o menos cercano las obras del pasado sólo se comunicarán bajo formas electrónicas, habrá que esperar la constitución de nuevas rutinas de aproximación a los bienes culturales y otra tipología de lazos se irán anudando entre lo escrito y sus instancias de disfrute, tal vez más volátil o efímera, quién sabe si menos apasionada.

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